hasta
lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar.
Julio
Cortazar
Por Arturo
LedeZma
La Comunidad de la Ira es una obra que nuevamente pone en escena la
violencia de un tiempo como el que vivimos. A ratos da la sensación de ser un
montaje apocalíptico y en otros suena como una metáfora del consumismo y la
televisión en que estamos metidos de cabeza. Ambos elementos, consumismo y
holocausto, son cosas que se nos repiten cuando tratamos de comprender el mundo
actual, sin embargo, eso que puede parecer una consecuencia inevitable -me
refiero al hecho de comprender la realidad como una batalla a muerte- es
también un lugar común en el que caen muchos artistas que, de repente, no
comprenden los cambios actuales como partes fundamentales de un proceso y se
quedan describiendo el humo para dar cuenta de las bases del incendio.
La compañía de teatro Arturo, que si bien tiene el mismo nombre que yo, no logra convencerme. Me tocó ver el montaje anterior, “Torschlusspanik”, también dirigido por Roberto Pavez y en esa oportunidad apenas pude aguantar 25 minutos sin irme de la sala. Afortunadamente con La Comunidad de la Ira me pude quedar la obra completa, porque es más dinámica, menos tosca, pero aún así la obra queda al debe con el hecho de querer decir algo y terminar diciendo otra cosa. La propuesta es enérgicamente débil, es decir, mucho esfuerzo y mucho golpe en la mesa para, en realidad, no decir absolutamente nada. Tal como una protesta que se evalúa desde el número de destrozos que deja en las calles cuando el gobierno reduce las movilizaciones a la cantidad de semáforos quebrados, esta obra es una pieza teatral que podría definirse como una gran rabieta de dirección que solo puede entenderse si es que contamos la suma de escenografía que termina en el piso, pero no hay argumento que se sostenga en pie luego de salir de la sala. La obra pone la mirada, no en la causa, sino en el efecto; por lo tanto es una obra que construye desde el prejuicio y no desde la búsqueda de la verdad, o desde el intento de develar una supuesta verdad.
Argumentativamente
-si quieren que les cuente la obra- podemos decir que La Comunidad de la Ira es
una obra que pretende ser apocalíptica y social. Sin embargo no logra llegar a
ningún planteamiento porque se queda pegada en la pataleta. Hay varias
historias que son muy calcadas de películas gringas y que, por eso mismo, se queda
en el efecto y no en la raíz del golpe que pretende dar. Cito la descripción de
la compañía: “La obra, relata la
historia de un hombre que se enfrenta a una sociedad que sucumbe ante la
injusticia, la ambición y la banalización del ser humano. En este panorama
apocalíptico de una ciudad que cae en ruinas, este hombre intenta sobrevivir y
recorrerá errante en busca de respuestas. Siempre al filo de un pensamiento sin
ley y de la aniquilación de toda lógica, se va manifestando la animalidad y la
proximidad con la violencia que estos fenómenos acarrean.” Si uno va buscando eso sale desilusionado,
pero si va buscando una experiencia distinta quizá pueda salir un poco más
contento. Hay que señalar que es una obra para un público que no vaya
regularmente al teatro, porque para alguien como yo que, por trabajo y por
placer, tengo la posibilidad de ver varios montajes por semana, me pareció más
de lo mismo y no me llamó profundamente la atención.
Dirección / Actuaciones
Confieso que
fui motivado a verla porque actúa en ella uno de mis actores favoritos, Cristián Soto (Cara de Fuego, Calígula),
y no desilusiona, porque hace un muy buen trabajo al igual que el resto de la
compañía. Sin embargo en teatro, cuando un guión es débil y la dirección es
poco inteligente, ni Marlon Brando
puede levantar una historia desde el escenario únicamente con destreza actoral.
Por ejemplo, el Cristián Soto de La Comunidad de la Ira es inferior al de
Calígula (maravilloso trabajo) y de Cara de Fuego. Lo mismo que ocurrió en la
otra obra dirigida por Pavez, Torschlusspanik, con el actor Diego Acuña quien no llegaba a ser el mismo buenísimo actor de Cara
de Fuego. Eso quiere decir que la dirección es deficiente, sobre todo y
considerando que en ambas propuestas se repite el mismo error: Tratar de
aparentar una inteligencia que no se puede comprobar en un trabajo artístico. En este montaje Pavez cumple la misión de dirección con Patricio Yovane quien no aporta en desperezar los errores anteriores de la misma compañía entonces, si bien el error es compartido, es error igual.
No creo
equivocarme si digo que todos los actores funcionan a la perfección. Sin
embargo me gustaría verlos en otra oportunidad bajo la dirección de alguien que
no cometa el vicio de hablar para sí mismo. A veces un discurso es más
comunicante cuando no se omiten de la ecuación la honestidad y la humildad. En
el caso de La Comunidad de la Ira ocurre que, teniendo todos los elementos para
crear un discurso potente, se cae en la jugarreta de centrarse en dos o tres de
esos elementos (balazos, una violación, romper la escenografía) para justificar
una propuesta que se quedó al debe en el proceso de escritura.
Lamentablemente
la conclusión es la misma que en muchos montajes. La idea final es la misma que
en casi todas las películas de cine alternativo de HBO. Todo es tan evidente y
tan obvio que uno piensa que tiene que hacer algo, es decir, que la Ira hay que
ponerla al salir de la sala, pero me quedé esperando a que me repartieran palos
o piedras para tirar y salí con la sensación de que me faltó ver la otra mitad
de una obra que casi no pude aguantar pero que aguanté con la esperanza de
arrojar algo al escenario.
Es una obra muy recomendada para gente que se emocione con películas de Megavision y que piense que el arte consciente es un arte militante y con efectos especiales como Matrix o El Club de la Pelea. Cualquier espectador que no haya leído Saló o los 120 Días de Sodoma puede pensar que esta obra es lo más “crudo” que podrá ver en su vida. Pero para cualquier público que haya cursado con más o menos éxito una enseñanza media o, peor aún, para alguien que ha jugado un juego con “Advertencia de contenido” en PlayStation, le aviso que se aburrirá antes que sorprenderse o impactarse, ya que en la obra confunden Ira con Desencanto; Rabia con Desilusión. Ver a la Divine comiendo caca es algo que, hace 20 años, pudo causar revuelo, pero hoy en día ver un actor lengüeteando el piso o escupiendo agua no llama la atención. Al menos yo vi la obra con mis hijos (6 y 8 años) y lo único que les llamó la atención fueron los globos y un par de palabras que no conocían, pero el resto les resultó “muy entretenido” y yastá.
Es una obra muy recomendada para gente que se emocione con películas de Megavision y que piense que el arte consciente es un arte militante y con efectos especiales como Matrix o El Club de la Pelea. Cualquier espectador que no haya leído Saló o los 120 Días de Sodoma puede pensar que esta obra es lo más “crudo” que podrá ver en su vida. Pero para cualquier público que haya cursado con más o menos éxito una enseñanza media o, peor aún, para alguien que ha jugado un juego con “Advertencia de contenido” en PlayStation, le aviso que se aburrirá antes que sorprenderse o impactarse, ya que en la obra confunden Ira con Desencanto; Rabia con Desilusión. Ver a la Divine comiendo caca es algo que, hace 20 años, pudo causar revuelo, pero hoy en día ver un actor lengüeteando el piso o escupiendo agua no llama la atención. Al menos yo vi la obra con mis hijos (6 y 8 años) y lo único que les llamó la atención fueron los globos y un par de palabras que no conocían, pero el resto les resultó “muy entretenido” y yastá.
Como
conclusión les puedo decir que no se pierdan la oportunidad de ver obras en Morandé 750 porque es una sala que
apuesta a mostrar un teatro que no es el que únicamente te pone en escena a los
actores de la tele. Por lo general hay propuestas muy interesantes y discursivamente
buenas. Con La Comunidad de la Ira puede que pasen un buen momento, no hay
duda, sin embargo les sugiero que luego de verla sepan que no es lo más
inteligente que se ha escrito ni tampoco lo mejor dirigido. Recuerden a los
actores, eso sí, porque son de primer nivel, tanto, que logran levantar una
propuesta que, en malos actores, sería una mierda o, quizá, una provocación
para que uno mismo rompiera la escenografía y le enseñara al director el
verdadero rostro de la ira.
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