por Sebastián Herrera
Fueron dos horas. Vi dos horas. Aplaudí luego de dos horas (aunque sea para replicar un ritual habitual en estas instancias (de todos modos, nadie me obligó. Lo hice y ya (y con bastante entusiasmo))). Lo importante es que estuve ahí. Sí, luego de dos horas. Quizás debería ser suficiente y todo debería terminar aquí. En esto, (ya lo dije ¿no?) tras las dos horas. A buen entendedor pocas palabras. Pero bueno, vamos, partiré desde el principio.
Dirigido por Andrés Céspedes (Bodas de sangre, Tres noches de un sábado, Louta, e Inventario, entre otras), la obra narra la historia de Thomas (Thiago Correa (sí (escucho gritos, desmayos y demases), es el mismo de las teleseries)), quien ha realizado una adaptación de la obra de Sacher-Masoch y que, luego de un arduo día de audición para el personaje femenino y de una notoria frustración, llega a la conclusión de que no existe una actriz capaz de representar el papel. Sorpresivamente y luego de una caricaturesca descripción de la capacidad intelectual de las mujeres (¿chilenas?), llega, tardíamente, a audicionar Vanda (Loreto Aravena (Vamos, demos espacio a una imagen común: Todos arriba de un pedestal de un Paz-Froimovich a medio a hacer. Pónganse una camisa a cuadros con las mangas cortadas, un casco de construcción, quiero en sus manos una vianda con tallarines con salsa y griten con fuerza "Mijita rica". Después del desprecio del cortejo, vuelvan a sus labores (se acabó la imagen común. Sí, es Susy, de Soltera otra vez)), la caricatura de todo lo que Thomas odia en una actriz: una acelerada, torpe, superficial y, aparentemente, simple artista en búsqueda de una oportunidad. Tras infructuosas excusas, Vanda logra audicionar para el papel, demostrando, con una buena y exagerada cuota de humor, que es la perfecta interprete del personaje. Es de este modo, entonces, que comienzan a hacer lectura del texto escrito por Thomas, dando pie a un juego de seducción y erotismo, que comienza abrir grietas en la realidad del dramaturgo; revelando su visión sobre la sexualidad, el amor y los conceptos con los que ha teñido los roles de la mujer y el hombre en su cotidianeidad.
¿Quién audiciona a quién? y ¿cuál es el objetivo de esta audición? son los aspectos que se comienzan a desentrañar como una segunda, aunque principal, historia. Donde la novela de Sacher-Masoch sirve de excusa para exponer problemáticas que transcienden los tiempos. Quizás, en esto radique uno de los aspectos por lo que logra triunfar el texto, escrito con gran ritmo y comicidad por el norteamericano David Ives, ganador del "Outer Critics Circle John Gassner Playwrigt Awar" (arraund de guorld, como diría el profesor Salomón (Todos: guaaaauuu)), en "chileno": Premio a la Dramaturgia (clap, clap, clap), donde alejado de toda teorización (que Deleuze nos perdone), logra revelar cosas simples y no por eso menos relevantes a la hora de exponer un trabajo: la domesticidad de las relaciones y el machismo que ha existido siempre en cualquier contexto social.
Esto es el triunfo (o derrota, depende del punto de vista con que se quiera observar) de la obra: hacer de Sacher-Masoch un producto masivo, digerible, ameno y familiar (una suerte de Sacher-Masoch, pasado por la lectura de "Las cincuenta sombras de Grey), el que, acompañado de figuras reconocidas (Correa y Aravena,) hacen que las dos horas que dura "Venus en piel" prácticamente no se noten. Hago hincapié en el tiempo, pues es un logro mantener cautivo a un espectador por esa cantidad de tiempo (si les parece una medida idiota de calificar una obra, bueno: Señor editor, pongo mi puesto a disposición). Sin embargo, creo que el dinamismo de la dirección, sumado a la comicidad y liviandad del texto, hacen de este trabajo un buen momento de relajo. Para lo demás, afortunadamente, siempre estarán los libros.
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