por Arturo LedeZma (artículo publicado en la edición de Junio del Ciudadano)
Jardín de reos es una adaptación a la chilena (a la que te criaste) de una obra del escritor francés Jean Genet y, en esa adaptación luce -quizá obligatoriamente- un traje a medida de lo que entendemos por vigilancia, homosexualidad y aislamiento. Y digo a la chilena porque si bien es una obra interesante y hasta entretenida padece de un temor muy propio de nuestra ideología que se evidencia en siempre pasar tocando tangencialmente cualquier tema que escuece y, a la vez, va nombrando la realidad únicamente desde la metáfora.
Juan Pablo Miranda, Moisés Ángulo y Nicolás Zárate realizan un trabajo bien depurado y configuran un triángulo narrativo que levanta con habilidad un guión que es más bien plano. De ellos tres, Angulo es quien más toca la fibra sensible del dramaturgo original, ya que no se queda en la onomatopeya (por decirlo de alguna manera) y agarra con entereza un papel que, para la obra, funciona y le da un tono a pesar de que a ratos aburre por lo obvia. La dirección de Sebastián Jaña es acertada en su precariedad ya que consigue convencer con una serie de elementos (de iluminación, de sonido) que se fusionan y en conjunto suman para hacer de esta obra una pieza enteramente digerible.
Genet fue un escritor que pudo poner a disposición del lector elementos que son difíciles de asimilar, sobre todo y considerando en el tiempo en el que escribió. Además hizo de su biografía una pieza discursiva que trasladó el espacio de la calle a la literatura con una soltura que pocas veces se puede lograr sin caer en el estereotipo. En Chile quizá el escritor Alfredo Gomez Morel pudo acercarse con vértigo a reproducir ese traspaso de la calle al papel haciéndolo excelentemente y hace ya muchos años, entonces al ver esta obra uno comprende que el dramaturgo (Barrales) queda al debe porque en tiempos como en los que vivimos ya no basta con recitar palabras que uno escucha en la fuente de soda para retratar la realidad del choro, sino que hay que ofrecerle un poco de sangre y corazón para que no parezcan siempre maquetas actorales de una teleserie del 13.
Quizá yo soy de los que espera un poco más de riesgo. No sé. O a lo mejor me viene a caer mal la repetición de elementos y de conductas que salen fomes. En el caso de Jardín de reos me pareció que, estando en el 2014, ya es un poco empalagoso hablar de homosexualidad y cárcel y encierro y soledad con un temor escritural que no es necesario y que se nota a la legua (emergencia).
Para alguien que nunca ha leído Foucault o para alguien que piensa que la realidad más triste está decorada con un neón que chisporrotea, pues la obra es un buen entretenimiento. Un acercamiento sencillo a temas que filosofan desde el cuarto medio rendido. Pero si es que estamos en condiciones de pedir un poco más yo creo que esta obra es un flaco favor a Genet quien, en su tumba, debe estar pensando que después de una dictadura y cien teóricos, aún seguimos leyendo la biblia y cantando Runrun se fue pal norte para retratar la vida más fea y más gris.
Jardín de reos es una puesta en escena que vuelve a poner en circulación la visión artística snob en la que los creadores hablan de la sociedad con el roce social de niños que piensan que comer pan con turín es un deporte extremo. Una excelente obra para conformistas y para estudiantes de filosofía que, para el curso de Contemporánea francesa, usan como fuente El rincón del vago.
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